lunes, 30 de agosto de 2010

ConSumo Cuidado


Vamos por la calle pidiendo piernas de maniquíes, la gente en los negocios nos mira raro, creerán que somos un par de locas recolectoras de charafes o a lo mejor que hacemos brujería y le ponemos a los maniquíes nombre de personas y hacemos magia negra o algo por el estilo. Me gusta la idea de que piensen cualquier cosa, "necesitamos hacer una mesa que tenga patas de maniquí para una obra de teatro" es una explicación muy aburrida. Obsesionadas con las piernas de ellos los miramos a todos, no a la ropa, a los maniquíes, algunos tan tenebrosos, todos tan muertos.
Un chico nos escuchó cuando dijimos "qué linda esa pierna", debe haber pensado que queríamos tener las piernas del maniquí. Y nos preguntamos si esos que están sentados son articulados o los cambian así, qué raro debe ser cambiar a un maniquí, se me vino la imágen de los hombres que trabajan en las funerarias cambiando muertos, algo parecido.
Hasta dar con el negocio que los fabrica y entrar en el mundo de los simuladores de hombres, una kermesse de cuerpos quietos y pase señora vea! que tiene para todos los gustos, hasta un luchador de judo había en la vidriera, y unos niños bastante miedosos, y una chica verde y otra plateada, algunos decapitados, otros sin piernas, algunas manos sueltas al mejor estilo locos adams, bastante tétrico por cierto.
Cuando preguntamos precios, la señora que nos atendía (quien parecía haberse mimetizado con sus amigos sin carne ni huesos) nos informó mientras nos acompañaba en una especie de visita guiada en la que por momentos se nos confundía ella entre tantos seres de mentirita. "Qué feo estar acá de noche" dijo María.
Estában los pesados, buen material, terminaciones perfectas, cuerpo brilloso, rostro lijado y piernas fuertes. Luego teníamos la opción de elegir los de plástico, huecos por dentro pero con un exterior rosagante, aunque en las articulaciones había algunas fallas porque a una chica casi se le sale el brazo cuando intentamos tocar su textura.
Por último estába la familia de cartón, livianos y arrugados por fuera, desprolijos y sin pintura, baratos. Las clases sociales de los maniquíes.
Nos fuimos sin comprar nada porque nosotras queríamos la parte de abajo del cuerpo, que estaba pedida pero llegaría recién en veinte días. Le pedí una tarjeta a la señora/maniquí y salimos nuevamente al mundo de la gente que respira, y respiramos un olor a podrido que nos hizo sentir vivas.
Terminamos en Rapsodia probándonos vestidos.

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